Local/nacional. Una historia cultural de Córdoba en el contacto con Buenos Aires (1880-1918), de Ana Clarisa Agüero, es el título más reciente de la colección Las ciudades y las ideas, Serie Nuevas aproximaciones, que dirige Adrián Gorelik.
En su introducción, Agüero explica que el libro propone una historia ciudadana poco frecuente, ya que recorre lo que sucedía en la cultura cordobesa en función del contacto con otros centros urbanos, más precisamente, con Buenos Aires.
“[…] Que Buenos Aires sea el término privilegiado de esos contactos no es un hecho ocasional, entre otras cosas porque el trabajo se abre en un momento en que esta no ha consolidado aún todos los atributos de la capitalidad que suelen sobreentenderse, y porque Córdoba arrastra entonces viejas centralidades que intenta hacer valer no solo en la difícil conquista de aquella como capital política del país, en parte organizada desde sus estancias, sino también en la fijación de un rumbo político y cultural de escala nacional […]”.
Compartimos a continuación algunos fragmentos de los capítulos 1 y 3 del libro.
- Córdoba en el país
[…] Como toda ciudad de relativa envergadura e historia, Córdoba estimuló imágenes que dialogaban de diverso modo con su fisonomía urbana y cultural. Traspuesta la revolución, muchas de esas imágenes remitirían a una era anterior, desigualmente aceptada como tal, que era la de su densa vida colonial. Esta, en efecto, había marcado a Córdoba más que a otras ciudades argentinas: sede de una universidad (1613-1622), un obispado (1699) y múltiples órdenes religiosas, la ciudad había sido también el destino de numerosos viajes que acercaban sacerdotes europeos, estudiantes del sur de la América española o funcionarios reales. Siendo, además, muy protagónica y muy favorecida dentro del circuito peruano-platense hasta el momento mismo de la revolución, su vida debió ser entonces bastante más dinámica de lo que suelen acordar muchas representaciones ulteriores, marcada como estaba por una compleja y móvil coexistencia de comerciantes, funcionarios y hacendados españoles o criollos, clérigos y arquitectos alemanes o italianos, estudiantes tucumanos o porteños y un amplio universo de negros, mulatos, mestizos y criollos pobres. Algo de eso devuelve la mirada de ciertos viajeros o habitantes circunstanciales de aquella ciudad colonial, que suele poner en primer término su carácter de encrucijada y centro mercantil […].
[…] Aunque la elección de un preciso repertorio de imágenes reposa aquí en lo que ellas comparten, un punto de vista externo y un horizonte nacional, proyectivo o dado, su consideración intenta relevar también aquello que suele separarlas: las cualidades de una determinada idea, los diferentes puntos de partida (provincianos o centrales) de sus artífices u organizadores y sus diversos grados de familiaridad con la ciudad (desde rápidas incursiones hasta afincamientos definitivos).
Desde esta perspectiva, Sarmiento interesa tanto por la nitidez de su fórmula (una que pone en primer plano el factor colonial como presente antes que como legado) cuanto, o más, por el hecho de que esa fórmula tendría una incomparable capacidad de preformar miradas futuras. Más allá de la crudeza de los trazos, y más allá de la rusticidad de muchas de sus reapropiaciones, la Córdoba claustral fue una imagen llamada a tener larga vida (e incluso a desglosarse en varias), cuya eficacia ulterior inclinaría a descuidar su sentido contemporáneo […].
III. Un mundo de palabra impresa entre Córdoba y Buenos Aires
[…] Las imprentas son probablemente el ámbito de mayor interés en la producción finisecular de palabra impresa, y esto no solo porque fueran materialmente ineludibles sino también porque tanto Córdoba como Buenos Aires inclinan a pensar que, a diferencia de otros casos, aquí la propia función editorial emerge más ligada a ellas que a la librería. Por lo demás, aunque sea habitual presumir amplias distancias técnicas, de mercado o de “catálogo” entre las imprentas del interior y las de la Capital, tal vez convenga partir de un somero vistazo comparativo.
En 1887, Buenos Aires tenía alrededor de 100 imprentas y Córdoba, hasta donde podemos ver, entre cinco y siete; sin embargo, esta sensible diferencia se estrecha cuando se atiende, como es nuestro interés, solo a aquellas que incursionaron en la producción de libros y folletos: 45 en la Capital (a las que pueden sumarse algún par de imprentas-librería) y quizás la totalidad de las citadas en el caso cordobés […].
[…] la proporción de imprentas cordobesas parcialmente consagradas a la fábrica de libros y folletos es muy importante, especialmente si se considera que esto ocurría en una ciudad que iba varios pasos atrás de Buenos Aires en índices de escolarización y alfabetización […]
[…] la década de 1870 representa un significativo punto de inflexión, puesto que a la acción de la imprenta del Estado y de las periodísticas vendrán a sumarse las primeras imprentas particulares, dispuestas a fundir tipos o armar cajas de moldes para todo cliente, algunas de las cuales incursionan en la producción de libros y folletos. Ese parece ser el caso de la imprenta del citado Pedro Rivas, quien ya a comienzos de los setenta combinaba esa actividad con la de librero a pequeña escala, y el de Rafael Yofre, quien canalizaba en folletos las conferencias de los científicos de la Academia Nacional de Ciencias al tiempo que imprimía avemarías y reglamentos múltiples […]. Y ese paisaje en el que conviven imprentas de diarios y pequeñas imprentas “de obras”, aunque sensiblemente ampliado, es también, como sugerimos inicialmente, el que caracterizará la década de 1880.
En términos generales, entre 1880 y 1922 cerca de 50 imprentas ensayaron en territorio cordobés la producción de libros y folletos. Muchas fueron imprentas comerciales que, especialmente desde el 1900, hicieron breves incursiones por ese mundo de lo impreso; otras tentaron esa reconversión de manera decidida, aunque con diversa suerte. Algunas de esas imprentas, sus prensas y, en ocasiones, sus firmas, parecen haber sido objeto de sucesivas ventas y readecuaciones a un mercado, sin duda, breve e inestable. En todo caso, también entre ellas se cuentan empresas duraderas y ensayos persistentes de reconversión editorial, los más notables el de la Imprenta Argentina (al menos 56 años de vida), Aveta (por lo menos 43 en manos de esa familia), y Biffignandi, que en 2005 contó cerca de 115 años de actividad ininterrumpida aunque de muy cambiantes pretensiones. Más de un tercio de aquel conjunto de imprentas sobrepasó los diez años de vigencia y, entre ellas, al menos las cuatro mencionadas superaron, a veces con creces, los cuarenta años de existencia. Adicionalmente, las tres últimas sugieren la importancia de la presencia italiana en este rubro, que en 1906 mostraba casi 40% de propietarios extranjeros.
Por el censo de ese año se sabe también que, dado el exiguo grado de mecanización del rubro (en verdad, merced a él), este exhibía el nada desdeñable promedio de 16,45 obreros por taller.
La mayoría de estas imprentas hacen de todo, en el sentido más estricto, pero también en ocasiones intentan hacer específicamente algo, diseñando espasmódicos catálogos que alientan, por ejemplo, la emergencia de una zona de estudios coloniales a comienzos del siglo XX […] o de la palabra reformista desde finales de la década (…). La búsqueda
de especificidad […] constituyó en muchas ocasiones la clave de la perduración de una casa. La impresión de publicaciones oficiales fue a veces el pivote para la transición pero, para quienes no accedieron a ella, la edición de textos escolares fue el riesgo moderado más frecuente, ya que, pese a la fuerte avanzada de casas porteñas como Estrada desde la década de 1880, contaba siempre cierto público cautivo.
[…] La Maravilla Literaria, también orientada a este mercado escolar, asumió con éxito, en cambio, la edición de algunos textos bajo el sello de Aubinel, como sugiere la quinta edición del tercer libro (el de 5º año) de El Estudiante Argentino.
Además de venderse en otras librerías, y al igual que hacían otras imprentas, el libro se vendía en la casa, junto a otros insumos académicos como boletines de clasificaciones. ¿Qué leía en un libro como ese el estudiante secundario de 1911…? Sarmiento, Alberdi y Juan M. Gutiérrez; Avellaneda, Goyena, Pizarro y Estrada; Cané, Wilde, Cárcano y Joaquín V. González; Darío y, claro, también Lugones […]
Función y figura editorial. El caso Rossi
[…] Frente a la dominante del capital comercial sobre el capital simbólico que caracterizó el desarrollo de la imprenta en el giro de siglo cordobés, el caso de la Imprenta Argentina (1904-circa 1960) reviste especial interés porque, además de haber cumplido la función editorial (en términos generales, la conversión de determinado manuscrito en libro), ligada a ella emergió una de las más claras figuras locales de editor; esto es, un tipo de personaje que no solo es artífice de la transformación técnica del texto sino también de su aliento, su elección, su arreglo a algún tipo de programa intelectual (una colección o, al menos, una secuencia coherente) y, en muchos casos, la inversión que hace posible el conjunto de la empresa. Sin duda, este es un caso más bien infrecuente dentro del panorama local, pero confiamos en que considerarlo en tanto caso normal-excepcional permitirá sustraer de él también lo que comparte con otras experiencias.
FICHA DEL LIBRO Y COMPRA ON LINE
La autora
Ana Clarisa Agüero (1975) es doctora en Historia por la Universidad Nacional de Córdoba, donde se desempeña como docente en la Escuela de Historia, e investigadora del Conicet en el Instituto de Antropología de Córdoba (UNC-Conicet). Allí dirige actualmente el Programa de Historia y Antropología de la Cultura, que integra desde 2006. Su producción se consagra a las culturas urbanas y los fenómenos de contacto en la Argentina de los siglos XIX y XX. Autora de El espacio del arte. Una microhistoria del Museo Politécnico de Córdoba entre 1911 y 1916 (2009), editó, junto con Diego García, Culturas interiores. Córdoba en la geografía nacional e internacional de la cultura (2010).