El 8 de octubre de 2009, en el Auditorio “Nicolás Casullo”de la Universidad Nacional de Quilmes tuvo lugar la Mesa de reflexión y debate: Editorial de la UNQ: construcción y consolidación de un proyecto de editorial en una universidad pública.
A continuación, compartimos las exposiciones de la Mesa, a cargo de Gustavo Lugones, Carlos Altamirano, Leandro de Sagastizábal, Patricia Piccolini y Anna Mónica Aguilar.
El desafío editorial de una universidad pública, Gustavo Lugones
Siempre que podemos, hacemos referencia al orgullo que sentimos por la producción de nuestra Editorial. Fue una sensación cercana a la emoción la que sentí cuando el gran Osvaldo Bayer, hojeando nuestro Catálogo, me dijo admirativamente: “Yo compraría todos estos títulos”.
Desde luego, no estamos en condiciones de publicar de manera masiva: ni grandes tirajes ni listas interminables de títulos caracterizan a nuestra producción; antes bien, ediciones limitadas y selectividad son nuestro rasgo principal. Pero tal vez allí radica uno de los aspectos positivos que sostienen nuestro trabajo en este campo. Debatimos y pensamos mucho cada título a publicar y esto incluye tanto a los directores de Colección como al equipo responsable de la Editorial y a las autoridades de la Universidad.
Ahora bien, cabe preguntarse ¿por qué empeñarse en un esfuerzo editorial en una Universidad Pública y de tamaño pequeño como la nuestra? Pensemos en que los recursos disponibles (siempre insuficientes) son reclamados por múltiples necesidades a satisfacer, todas ellas de alta prioridad: salarios, aulas, laboratorios, equipamiento, espacios de uso común, etc.). Y, sin embargo, insistimos en sostener y fortalecer este desafío.
Lo que ocurre es que la misión de la Universidad Pública se hace cada vez más compleja, abarcadora y exigente. La docencia, la base que sostiene el andamiaje de la institución, exige ser acompañada con creciente atención por otras actividades de importancia crucial: la investigación, para generar y desarrollar nuevos conocimientos, la transferencia de los mismos a otros agentes sociales, y las actividades de extensión que se llevan a cabo en conjunto con la comunidad.
Cuando la docencia y la investigación son acompañadas por las actividades de vinculación, transferencia y extensión, no solo hay mayores posibilidades de que hagan una contribución importante al desarrollo individual de los miembros de la comunidad universitaria; son también la vía para una mayor integración con la sociedad y para aportar positivamente al desenvolvimiento del entorno inmediato y mediato (el medio local y el nacional). Además, otorgan una mayor visibilidad social, lo que es esencial para justificar la asignación de recursos a la educación superior y para bregar por el incremento de los mismos.
Por ese motivo, nuestra Universidad ha procurado siempre que sus actividades se orientaran a un desarrollo equilibrado de esos cuatro pilares básicos que, es nuestro criterio, deben sostener una Universidad Pública: docencia, investigación, transferencia y extensión. La intención de impulsar una acción integral en todos esos campos es, desde luego, un propósito complejo, ya que implica asociar prácticas diversas y culturas diferentes al buscar vincular la investigación básica con la transferencia y la extensión; o la docencia con la prestación de servicios. Un primer paso en esa dirección es mantener un balance en los esfuerzos destinados a cada uno de esos pilares, lo que potencia los aportes respectivos y contribuye a un mejor resultado del conjunto.
Pero es precisamente la actividad editorial la que puede contribuir significativamente a la integración buscada, al constituirse en un quinto pilar, transversal a los otros y no menos importante.
Nuestra historia institucional muestra a las claras que la Editorial de la Universidad Nacional de Quilmes fue definida tempranamente como uno de los ejes centrales para la proyección de esta Casa. Creemos que esto ha sido un indudable acierto y estamos decididos a continuar en esta dirección ya que, sin duda, nuestra Editorial contribuye ampliamente a la integración con el medio, a una mayor visibilidad social y al fomento del pensamiento crítico a partir de la difusión de nuevos conocimientos y nuevos desarrollos, así como de la producción artística propia y ajena. En otras palabras, creo que nuestra Editorial está llevando a cabo muy bien el papel que le hemos encomendado.
Una referencia puntual y específica a los actores directamente involucrados es imprescindible. El equipo de la Editorial, Mónica Aguilar, Rafael Centeno, Hernán Morfese, Mariana Nemitz, Fernanda Torres, Andrea Asaro, que lleva a cabo una tarea excelente apoyada no solo en sus cualidades profesionales, siempre muy elogiadas por quienes publican con nosotros, sino también en un alto grado de compromiso y amor por el trabajo que realizan. A ellos mis más calurosas felicitaciones, lo mismo que al ex vicerrector Jorge Flores, quien de manera muy solidaria ha aceptado sumar a su fértil trabajo como docente e investigador de esta casa, el aporte de su talento y sus iniciativas al desarrollo de nuestra Editorial.
Estamos muy orgullosos de lo logrado hasta ahora. Sobre esa base, aspiramos a que el crecimiento y la relevancia de nuestra Editorial continúen en franca expansión.
Gustavo Lugones
Ex Rector de la Universidad Nacional de Quilmes. Es licenciado en economía, docente de grado y posgrado con una amplia trayectoria en la Argentina y en el exterior. En la UNQ se ha desempeñado en diversos cargos de gestión, y también como Investigador del Instituto de Estudios Sociales de la Ciencia y la Tecnología. Ha sido consultor de organismos internacionales como el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, el BID, la CEPAL y otros. Fue el primer director de la colección Lecturas y textos de ciencias sociales, de nuestra editorial.
La elección de un modelo de editorial universitaria, Carlos Altamirano
Buenas tardes.
Agradezco a Mónica y, en general, a los que han organizado y coordinado este acto con motivo del aniversario de la Universidad y dedicado en este caso a la Editorial, con la que colaboro desde hace unos cuantos años, y también agradezco a ustedes la presencia en esta tarde.
En lo que voy a decir, voy a mezclar un poco algunos razonamientos respecto de este tipo de empresas que es no solo una editorial, sino una editorial universitaria y cómo se gestó este conjunto que ahora tiene una vida estructurada, articulada, y que, efectivamente, le ha dado una imagen a la Universidad Nacional de Quilmes que la destaca no solo en el ámbito nacional, ni siquiera solo en el ámbito latinoamericano, sino más allá, donde una de las primeras cosas que aparecen cuando uno invoca a la Universidad de Quilmes, es la editorial de la Universidad de Quilmes. Esto no me ha ocurrido una sola vez, sino más de una vez. Así que esto le transmito también a los que trabajan en la editorial para que ellos puedan gratificarse con este reconocimiento de hecho a su labor.
Bueno, no hay por supuesto un solo modelo, un único modelo de editorial universitaria. De hecho uno puede observar en el ámbito nacional que no hay una sola manera de concebir cómo hacer una editorial en una universidad.
Quilmes, la Universidad Nacional de Quilmes eligió un camino. Y quiero destacar los méritos de la elección que hizo esta universidad a partir de lo que conozco, y fue una elección que no se hizo de una sola vez, esto quiere decir que no fue en una sola reunión, en un solo acto, sino poco a poco fue cobrando forma, consolidando un esbozo inicial respecto de lo que existía en el principio.
En el principio estaban Ernesto López, María Inés Silberberg, una revista, la Revista de Ciencias Sociales, un libro de una profesora de esta universidad y una colección que era la de Ernesto López. No había nada más que eso.
Entonces recuerdo que, una vez, varias personas fuimos convocadas por quien era el rector entonces, el ingeniero Julio Villar. Recuerdo no a todas, pero algunas sí: Oscar Terán, estaba Ernesto López, no me acuerdo quién más, y por supuesto yo. Y Villar dijo un poco en tono de desafío: “Bueno hay tanto dinero para hacer una editorial, ¿se puede hacer una editorial grande, de cierta importancia?”… Y bueno, ahí empezamos, como se dice, a jugar un poco con qué podría ser una editorial de la Universidad Nacional de Quilmes.
Y lo que salió inmediatamente fue: tiene que ser como Eudeba. Que, obviamente, decirlo así era una franca utopía pero indicaba algo así como el ideal de referencia con el que se comenzó a conversar sobre eso.
La Eudeba que se tenía en mente probablemente -creo que no solo de los que estamos en la mesa, sino realmente de todos los que están presentes- yo sea el único que pueda recordar aquella Eudeba que es la Eudeba de los años sesenta, como se va a decir después, la Eudeba de Boris Spivacow. Una experiencia editorial no solo sin antecedentes por su magnitud y su inventiva en la Argentina, sino que fue un hecho enteramente nuevo en el conjunto de América Latina, de Hispanoamérica, en un contexto particular: era el mundo de los sesenta, que era un mundo que tenía un cierto dinamismo. No digo que el de ahora no lo tenga, pero era otro.
Y un editor excepcional, uno de los grandes editores que ha tenido la historia argentina, no solo por su versación en el mundo de los libros, en el que tenía mucha experiencia. No solo por su cultura, que era mucha. Tuve ocasión de trabajar muchas veces con Spivacow, un terco que no era fácil de convencer, pero que tenía una tenacidad admirable, pero además una enorme inventiva y una enorme audacia. Una serie de dispositivos que no son los que inmediatamente le vienen a la mente a uno cuando piensa en un editor. Es decir, alguien preocupado por tener al libro Eudeba en la calle y ahí vino la invención de los kioscos de Eudeba, y recorría la República Argentina, que no solo estaban en Buenos Aires, sino que uno los podía encontrar en Corrientes, Resistencia, hablo de estos lugares porque los conozco porque eran lugares donde yo estudié.
El contexto de 1995, 1996, no estoy seguro cuándo fue el año en que tuvo lugar esa reunión, no era el de este contexto de los sesenta. La Universidad Nacional de Quilmes era entonces una universidad chica, una universidad que estaba también tomando sus formas y por lo tanto pensar en una editorial que tuviera esa referencia parecía enteramente fuera de pista, pero de todos modos, como digo, indicó cómo se quiso instalar muy arriba la pretensión. Y esto indicó otra cosa, no hacer una universidad para un público chiquito, es decir, que solo se tuviera en cuenta el mercado, el público, que constituía la Universidad de Quilmes, se pensara como una editorial nacional, que la universidad pública era la Universidad Nacional de Quilmes, valga la redundancia, una Universidad Nacional y su editorial tenía que estar concebida a partir de esta visión.
Y por ultimo, el desafío final: bueno, está este dinero, porque no hablan menos y hacen una propuesta. Y entonces, ahí, en pocos días, escribimos aquellas personas que aceptamos el desafío y el compromiso, acerca de qué colecciones pensaba que se podía hacer. Me acuerdo haber escrito yo mi prospecto acerca de cuál sería la colección que me interesaba tener, otra cosa igual hizo Oscar Terán, lo sabía porque trabajábamos juntos, y no sé, en poco tiempo empezamos a anotar títulos, a buscar títulos.
Y otra idea, que tampoco se formalizó inmediatamente pero que terminó por constituir un rasgo de la universidad, que a mí me parece muy importante, es que hubiera colecciones y que hubiera responsables de colecciones. Esto es, la universidad no iba a tener una editorial que fuera un centro de impresiones, donde se imprimía todo aquello que caía a manos del consejo que tuviera la responsabilidad en la edición del papel impreso. Que hubiera responsabilidades y que se pudiera pedir cuentas: ¿por qué se ha elegido este titulo, por que aquel otro título? Y que hubiera orientaciones a través de las colecciones.
Entonces, ¿por qué yo pensé en esta colección, por qué la concebí en estos términos?, me refiero a la colección Intersecciones. Pensaba un poco también relacionado con la materia que yo estaba dando, que era, que es la materia que sigo dando todavía (me he renovado a lo largo de los años, no sigo diciendo lo mismo), pero que era Introducción al Pensamiento Social. ¿Y qué era Introducción al Pensamiento Social? No era Introducción a la Sociología, no era una era Introducción a la Antropología, no era una Introducción a las Ciencias Políticas, sino a esto que son disciplinas relativas al mundo social.
Entonces lo que estaba ocurriendo (no era lo que yo observaba, era lo que se sabía) en este conjunto de disciplinas, lo que se producía era intersección más que respeto por las fronteras estrictas de cada una de las disciplinas, que era más frecuente cada vez la conversación entre las disciplinas. No lo que se decía en un tiempo la interdisciplinariedad, o más tarde la trasdisciplinariedad, o después la multidisciplinariedad. Lo que digo: intersecciones. Los sociólogos tomaban cosas de los antropólogos, los antropólogos de los sociólogos, los cientistas políticos de los antropólogos y de los sociólogos, algunos de la critica literaria, etcétera. Bien, algo de ese espíritu es lo que yo quería que esta colección transmitiera.
Y yo creo que, en ese sentido, he sido afortunado, creo que algo de eso trasmite esta colección. Y también fui, como se llama, gratificado por este hecho, porque no lo pensé así, pensé que esto es lo que debía ser (no solamente esto), pero esto era una de las cosas que podía ser una editorial universitaria, que era pensar en la calidad intelectual de aquello que se ponía en circulación, por una parte, pero que no ignorara el mercado, por otra. Eso quería decir, que quisiera venderse. Tomando en cuenta esta doble faz. Para hablar en el lenguaje más o menos marxista, una mercancía que es al mismo tiempo una significación, y que esta doble faz es lo que caracteriza a un libro y que aun una editorial universitaria no debería ignorar esta realidad.
Bueno, como les decía, salió bastante bien la cosa como para que años después un editor me llamara para que yo dirigiera una colección diciendo: “Me gusta la colección que dirigís en la Universidad de Quilmes”.
Entonces acá no digo esto para destacar mis méritos, sino los méritos de una editorial y de una universidad que permitía alojar iniciativas de este tipo. Y podía decir lo mismo de la colección de Oscar Terán. ¿Por qué? La colección de Oscar Terán debe ser la única en la Argentina que publica cierta clase de textos que solo una universidad puede publicar, que son textos relativos al pensamiento argentino, que sería difícil convencer a editores que editen esa clase de material, y esta editorial tiene, subrayo, el mérito de haber incluido este canal, este cauce de la producción intelectual no solo porque recoge clásicos, recoge autores de otro momento, sino que estos son acompañados por estudios de primera calidad, con lo mejor que hay en investigación sobre el pensamiento social, cultural, político argentino, aquí en nuestro país.
No nos acercamos a aquello que fue Eudeba, pero buscamos esto de poner al alcance del lector, bueno, del lector universitario, es así, títulos de calidad, títulos que no ofrecen otras editoriales y en algunos casos que algunas editoriales envidian no haber editado. Sé de títulos: el libro Legisladores e intérpretes, que a mí me recordaba, es un libro que fue después convertido en un libro célebre, porque Baumann se convirtió en una persona célebre, no lo era en 1996 o 1997, cuándo salió el libro.
Tal vez ahora repasando la experiencia, el curso seguido, habría que sentarse de nuevo a conversar, bueno, acerca de cómo tendría que continuar esta empresa, para no conformarse con lo que ha logrado, que yo creo que es mucho. Incluso debatir acerca de cómo mejorar su relación con su propio medio. Y esto quiere decir comenzando con el lector de la Universidad de Quilmes, cómo puede uno hacer que estos libros sean leídos efectivamente, no solo editados, sino leídos efectivamente por nuestros estudiantes, incluso, un paso más allá, cómo estimulamos la producción de textos por parte de quienes son miembros de nuestro plantel docente, donde contamos con investigadores de reconocida valía a nivel nacional.
Yo creo que cuando una editorial o una empresa cultural como esta ha recorrido un buen camino, debe perseverar pero también debe periódicamente reflexionar sobre sí misma para ver cómo mejorar, qué le falta.
Creo que hemos logrado algunas cosas y debemos estar orgullosos de esta editorial que hemos construido entre muchos… Las colecciones, ahora hay colecciones hermosísimas, y efectivamente cuando uno los ve en un lugar donde se han puesto todos los libros, uno no puede sino asombrarse porque ha ido mucho más allá de lo que podíamos haber imaginado en aquella tarde en una oficina del rectorado puestos ante este desafío.
Bueno, era eso lo que quería trasmitirles, comentarles un poco cómo una experiencia llegó a plasmarse tan exitosamente y que cobró forma en el camino. Y con la idea esa de “caminante no hay camino, se hace camino al andar”. De modo que comenzó como un esbozo, tomó forma y hoy existe plenamente.
Nada más.
Carlos Altamirano
Es Profesor Emérito de la Universidad Nacional de Quilmes e Investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas de la Argentina. Ha dictado cursos y conferencias en universidades del país y del extranjero (Maryland, Princeton, Harvard), y entre 2005 y 2009 dirigió el Programa de Historia Intelectual de la UNQ. Sus trabajos se han ordenado en torno a dos centros: la sociología de la literatura, primero; la historia del pensamiento social y político en la Argentina y América Latina, después. Publicó los siguientes libros: Frondizi: el hombre de ideas como político (1998);Peronismo y cultura de izquierda (2001); Bajo el signo de las masas,1943-1973 (2001); Para un programa de historia intelectual (2005); Intelectuales. Notas de investigación (2006). En colaboración con Beatriz Sarlo escribió Literatura/sociedad (1983) y Ensayos argentinos: de Sarmiento a la vanguardia (1997). Tuvo a su cuidado la edición de la obra colectiva Argentina en el siglo XX (1999) y la dirección del diccionario Términos críticos de sociología de la cultura (2002). Integra el Consejo de Dirección de Prismas. Revista de historia intelectual. En 2004 le concedieron el Premio Konex en ensayo político y en 2007 el Konex al mérito en Ciencias Políticas. Obtuvo la Beca John S. Guggenheim en 2004 y la Beca Robert F. Kennedy en 2008. Actualmente tiene bajo su dirección laHistoria de los intelectuales en América Latina, cuyo primer volumen apareció en 2008.
La tarea editorial universitaria y su profesionalización, Leandro de Sagastizábal
Hoy estamos aquí, como propone la invitación a este encuentro, para reflexionar sobre la edición universitaria, a propósito de la actividad que viene desarrollando desde hace más de quince años la editorial de esta casa de estudios.
Se me ocurren, como una primera aproximación, algunos temas que surgen de mi experiencia de editor, y más específicamente de los años en los fui Gerente General de Eudeba. Voy a referir también los resultados que arrojó la investigación que llevé a cabo para el IESALC/Unesco, sobre las características de la edición universitaria en nuestro país y en América Latina.
En primer lugar, creo que es importante marcar la diferencia entre un proyecto editorial y uno de publicaciones. Cuando una universidad opta por el primero, el editorial, propone un vínculo más estrecho con la sociedad en general, decide su presencia en el mercado de libros, genera acciones como las inscripciones legales del caso (isbn) y se plantea un grado específico de profesionalización para desarrollar las tareas correspondientes a una editorial.
Eudeba, que es sinónimo de trayectoria y prestigio, nació en 1958, de un proyecto encargado a Arnaldo Orfila Reynal, un intelectual y editor argentino que se encontraba dirigiendo el Fondo de Cultura Económica en México. Fue Orfila quien propuso en la primera reunión del Directorio en junio de 1958, a dos meses del nacimiento de la editorial, a un profesional del ámbito editorial. Así fue como Boris Spivacow comenzó a dirigir Eudeba y sus proyectos culturales. Es importante destacar que Eudeba ha permanecido publicando a pesar de lo que ha ocurrido en este país en los últimos 50 años, entre otras razones, por la claridad de aquel proyecto inicial. Un ejemplo nada menor en la formación de su estructura y funcionamiento es que se la fundó como Sociedad de Economía Mixta. Es decir que si bien el 99% de sus acciones pertenecerían a la Universidad de Buenos Aires, la editorial fue definida como una empresa independiente de las instancias académicas; al punto tal que hasta el día de la fecha sus empleados son empleados de comercio y no dependen de la Universidad de Buenos Aires, y si bien Eudeba recibe aportes de capital, no tiene una partida asignada en el presupuesto de la UBA.
Como una conclusión de este primer punto, quiero explicitar que estoy convencido de que el grado de autonomía presupuestaria de un proyecto editorial hace a su fortaleza.
Ahora quiero compartir con ustedes ciertos aspectos de la investigación realizada para la IESALC/Unesco. Para llevar adelante un análisis comparativo de las diferentes realidades de la edición universitaria en América Latina, creé una taxonomía. Los indicadores fueron los siguientes: 1) autonomía: qué tipo de mecanismos tenían para obtener financiamiento, y cuál era la relación con la universidad y la política; 2) las estructuras: cantidad de empleados, nivel de profesionalidad de los actores involucrados en el proceso profesional y el vínculo laboral (contrato, royalties, etcétera); 3) la producción bibliográfica: establecí cuál era el perfil del catálogo, la cantidad de libros publicados por años y los mecanismos para la aprobación de originales; 4) criterios de gestión: se estudiaron los mecanismos de fijación de precios, la definición de los procedimientos y muy principalmente los grados o no de formalización contractual de la relación con los autores y 5) los mecanismos de llegada al público lector, es decir los canales de distribución y ventas, las estrategias comerciales y las actividades de promoción y marketing, así como el uso de internet.
En la casi totalidad del proyectos de América Latina la dependencia en términos de organigrama es de los rectorados, vicerrectorados, secretarías académicas y de las áreas de extensión universitaria. Pero más allá del grado de su dependencia administrativa, lo importante está obviamente referida a la modalidad en la obtención de los recursos y aquí hay una variedad de modelos que van desde las que se autofinancian en una parte importante de su funcionamiento a aquellas que cuentan con aportes asignados en los presupuestos universitarios o estatales. También se hallan los modelos que a mi entender no originan buenos proyectos editoriales. Esos son los que resultan de las financiaciones por parte de los autores. Para mencionar dos casos con realidades diferentes para el año 2005. Mientras Brasil tenía el 22% de editoriales universitarias que recibían anualmente 300 mil dólares y el 14% que generaba entre el 40 y el 100% de sus ingresos, en el Uruguay, una parte significativa de la edición era financiada por los autores.
En la región, los presupuestos universitarios no suelen contemplar un fondo específico para la actividad editorial. Los rectores son los que los fijan.
No hay reinversión en el proceso editorial de lo obtenido de las ventas de los libros; generalmente estos ingresos pasan al fondo de la universidad. (Existen muchas excepciones como es el caso de la editorial de la Universidad Estatal a Distancia, EUNED, de Costa Rica.)
Hay pocos casos de autofinanciamiento a partir de la operación comercial (Abya Yala, Ecuador; Eudeba, Argentina, como dijimos una sociedad de economía mixta).
En muchos países de la región, la actividad editorial dentro de la universidad es poco relevante y las publicaciones, así como la investigación, no son prioritarias
Esta condición de la autonomía es importante porque va ligada a otro factor que es el secreto de la vitalidad y permanencia de cualquier proyecto editorial, y no solo en los casos de editoriales universitarias. Me refiero al diseño del catálogo editorial.
Proyectos editoriales determinados prioritariamente por necesidades políticas, lobbies académicos, o simplemente, aunque con la mejor de las buenas intenciones, constituidos por investigaciones o producciones escritas que no alcanzan a ser libros, dan como resultado emprendimientos débiles y de poca duración. La aceptación de originales que está ligada a la preocupación prioritaria por garantizar excelencia y rigor académico, generalmente a través del mecanismo de los referatos, puede significar un grado menor de coherencia e interés en los programas de libros a publicar. Esto quiere decir que no es conveniente que los originales se evalúen solo en su integridad intelectual, sino también en los aspectos que lo convierten en un libro o producto editorial. En algunas Jornadas de la Red de Editoriales Universitarias se debatía como una dificultad la poca libertad que tenían los responsables editoriales a la hora de decidir qué se publicaba y en qué condiciones se hacía, con qué longitud y diseño e integrada a qué colección se integraba un título determinado. Afortunadamente, hay varios proyectos editoriales que escapan a esta mecánica y que muestran criterios independientes y profesionales, como el caso de Litoral, Misiones, la de Cuyo y por supuesto la de Quilmes.
Dotar de autonomía económica y editorial nos lleva a otro aspecto que quiero señalar. La necesidad de contar para su manejo con profesionales de la edición.
Durante muchos años se pensó que los libros eran el producto natural de los autores, por un lado, capaces de elaborar contenidos, y los lectores, por el otro. Desde hace unos años se ha venido reparando cada vez más en la importancia de un profesional que anteriormente se pensaba como un mero intermediario: el editor. Fue Roger Chartier quien hace unos años graficó el tema: los autores no escriben libros –dijo-, sino textos, y son los editores quienes los transforman en libros.
Esa posibilidad profesional de transformar buenos textos en libros la extendería a la necesidad que tiene todo proyecto, por cultural que este sea, de contar con profesionales que lo gestionen con éxito. Es decir, la gestión que los transforma en realidades concretas. Actualmente los editores tienen una fuerte intervención en aspectos formales de los contenidos, como la extensión, las correcciones que se hacen para lograr una mayor la claridad en los contenidos, el diseño, el reordenamiento del material y muchas otras cosas que facilitan de manera notable la lectura de los libros. Yo pienso que además debieran ser los planificadores de un programa editorial. Cuál es el mix de publicaciones más atractivo para un mes, cómo dar a conocer los libros de la manera más eficaz, cuántos libros pueden y deben ser publicados en un año, qué diseño es más atractivo y permite desde una mejor lectura a un mayor interés inicial por el material. El programa editorial no debe ser una suma de libros, sino que debe tener un diseño que contemple desde una conformación equilibrada del tipo de libros (tesis o investigaciones, divulgación general, manuales de cátedra, bibliografías obligatorias, etc.), sus costos de impresión, los precios de venta al público, su estacionalidad en el año, la definición acertada de las tiradas y el tiempo de rotación de una edición. Un editor debe saber de estrategias de lanzamiento de un libro y de los modos de comercializarlos.
En diversos encuentros de editores universitarios en los que he participado, he presenciado descripciones impresionantes de la realidad acerca de ejemplares no vendidos. El representante de una editorial universitaria mexicana en alguna ocasión utilizaba esta imagen: si aquí tuviéramos un edificio de doce pisos, por ejemplo, la obsolescencia (libros sin posibilidades de ventas) de nuestro catálogo llenarían once. Suele querer justificarse este fracaso editorial con el argumento de que una universidad edita los libros que no editaría un proyecto comercial. Eso es bueno, pero es bueno también pensar que libros en los estantes de los depósitos no son un proyecto cultural y que los dineros públicos así administrados son casi un delito.
Una de las cosas que hice para preparar esta charla fue volver a analizar el catálogo de la Editorial de la Universidad Nacional de Quilmes a la luz de todo esto que acabo de decir y me pareció excelente. Su diseño, la selección de un especialista de primer nivel para la dirección de cada colección, el atractivo de los temas e incluso la existencia de colecciones que no son las más frecuentes en los proyectos editoriales universitarios actuales. Si se analizan las temáticas -las áreas del saber cubiertas por las ediciones universitarias-, hay una enorme preponderancia de las ciencias sociales, las llamadas “ciencias blandas” y las ciencias aplicadas por sobre las “ciencias duras”.
Según datos del 2005, de los 3.086 títulos editados por las universidades en los últimos tres años, 1.670 cubren intereses de las ciencias sociales (a los que se podrían sumar 114 dedicados al arte, 724 a la aconomía y estudios afines, y 84 títulos entre obras de referencia, documentación y publicaciones sobre técnicas de investigación). Como contrapartida, solo 228 son títulos del área de las ciencias exactas y naturales y 266 tratan sobre tecnología y ciencias aplicadas. Las posibles explicaciones a esta segmentación pueden encontrarse tanto en razones de magnitud de mercados (las carreras que más han crecido han sido las de Comunicación Social, Psicología, Administración) que justifican tiradas de ejemplares que absorben costos y permiten precios de venta al público razonables, como motivos de carácter técnico: la facilidad de trabajar con los contenidos de los libros. Podría especularse con otro tipo de explicaciones como la mayor necesidad de contar con bibliografía propia para ordenar cursos masivos de enseñanza como es el caso del Ciclo Básico Común (CBC), de la UBA.
Si nosotros describimos el panorama de las editoriales universitarias de América Latina en relación a los modos de su funcionamiento, este está ligado al tipo de estructura que la conforma, y que se puede agrupar teniendo en cuenta dos características. En relación a su tamaño y en relación al grado de sofisticación de su organigrama. Aún son muy pocas las que operan con editores técnicos o editores especializados dentro del plantel de las mismas, como así también de profesionales en marketing o de comercialización.
Los recursos reducidos en la mayoría de los casos (no superan los 10 empleados de estructura fija) tornan frecuente la superposición de tareas y una falta total en las determinaciones y en las responsabilidades.
Una serie de elementos de estas características condicionan a que los proyectos sean antes “pasivos”, es decir receptores de materiales, que “activos”, es decir capaces de generar propuestas innovadoras.
Cualquier proyecto editorial necesita para su existencia y desarrollo cuando menos de cuatro condiciones, por mencionar solo las principales: capacidad para generar contenidos, acceder a un mercado de lectores, poder ser gestionado y, fundamentalmente, tener capacidad de financiamiento.
Las dos primeras, con algunas limitaciones, en algún sentido están naturalmente dadas en los proyectos de edición universitaria. Existen intelectuales capaces de escribir libros o de conseguir quienes los escriban y existe un mercado básico de lectores interesados que son los alumnos y los docentes, sin embargo vale la pena considerar que aquí también las cosas fueron modificándose en los últimos años.
Por el lado de los autores la inexistencia de relaciones contractuales, algo que se observa en una gran mayoría de editoriales universitarias, lleva a que no se pague derechos de autor. Esto causa desinterés por parte de intelectuales que podrían estar escribiendo libros interesantes para estos proyectos si otras fueran las condiciones del pago de su trabajo.
Por el otro lado, si bien los mercados suelen existir tanto en la universidad propia como en otros ámbitos, las llegadas a ese público no se dan de manera espontánea, sino que exigen de gestiones profesionales, de canales adecuados y de seguimientos para la obtención de resultados exitosos. Las ediciones universitarias parecieran estar orientadas, en su mayoría, a satisfacer las necesidades de edición de las investigaciones que producen sus graduados, investigadores y docentes, no se nota, al menos de manera predominante, la decisión de proveer de material de estudio (de aquel que forma parte de la denominada “bibliografía obligatoria”) a los alumnos de grado, a excepción de la propuesta editorial destinada al CBC de la UBA, la colección Cátedra de la editorial del Litoral y algunas pocas más. El análisis de las bibliografías revela que prácticamente es nula la inclusión de textos propios de cada casa de estudios como parte de los programas de cada materia.
Por todo ello es que hacen falta las otras dos condiciones. Profesionales que sepan cómo trabajar los libros y contar con posibilidades de financiamiento. Si esto es importante en la edición comercial, donde los libros cuando se publican ya tienen una respuesta de mercado más previsible, ni hablar de la edición cultural, donde los libros se generan antes para responder a un vacío intelectual o a una necesidad cultural que a satisfacer una demanda de consumo existente.
El objetivo de un proyecto de edición universitaria no es la rentabilidad, pero estoy seguro que puede ser el equilibrio económico. Puede perfectamente encontrar una buena relación entre sus costos, sus potencialidades y los ingresos que es capaz de generar, sin renunciar para nada de sus objetivos culturales, pero no tengo ninguna duda que debe ser gestionado por profesionales y con la mayor autonomía posible como editores.
Esos dos aspectos, yo estimo, destruyeron la potencialidad de la Eudeba del período de Boris Spivacow, porque fue reemplazado en la dirección del proyecto por militares hasta contadores, desde abogados hasta periodistas, pero casi nunca por editores. Al mismo tiempo los objetivos estuvieron vinculados antes que al proyecto editorial a los objetivos políticos, de allí que uno puede rastrear la historia de la editorial en su catálogo y saber que cuando estaban los militares, las colecciones podrían ser por ejemplo “Lucha y fronteras contra el indio”, o saber rápidamente que libros como el referido a la Revolución de Velasco Alvarado en el Perú se publicara en los setenta.
Como yo he leído el excelente trabajo de Mónica Aguilar, aquí presente, no analizaré detalles puntuales del proyecto de la Universidad Nacional de Quilmes, pero sí quiero mencionar como una reflexión final la condición que creo ha favorecido este proyecto.
Nacida a mediados de la década de 1990, la editorial de la Universidad Nacional de Quilmes fue gestionada durante muchos años por María Inés Silberberg, una editora profesional. Después, esta editorial pasó a ser conducida por los profesionales que la gestionan en la actualidad. Si bien el nuestro es un país con manía fundacional y sentimos verdadero placer por estar siempre dando nacimiento a nuevos emprendimientos, es conveniente recordar que para un proyecto editorial es importante dotarlo de continuidad en sus gestiones y en sus objetivos. No es casual que el auge de la industria editorial argentina a mediados del siglo pasado se consolidara con un modelo de empresa de familias. Los resultados de un proyecto editorial se ven con años de actividad y no en el corto plazo.
Deseo, aunque ya serán otros quienes lo concreten, que la editorial de la Universidad Nacional de Quilmes algún día celebre los 50 años de vida editorial.
Muchas gracias por esta invitación.
Leandro de Sagastizábal
Graduado en Historia en la Facultad de Filosofía y Letras. Ha desempeñado varios cargos en el ámbito editorial. Entre ellos como Director Comercial del Grupo Planeta, Gerente General de Eudeba, Gerente General del Fondo de Cultura Económica. Actualmente es el Gerente General de la editorial Tinta Fresca.
Fue Director de la carrera de Edición de la UBA y es autor de libros y artículos referidos a la edición.
Elogio de un catálogo, Patricia Piccolini
Cuando me invitó a la mesa, Mónica Aguilar me dio el catálogo de la editorial. Los catálogos en general, no solo los de las editoriales, son publicaciones muy interesantes, que suelen decir mucho de quienes las publican. Si, además, son acumulativos, el atractivo es mayor, porque cuentan una historia o al menos es posible seguir en ellos las huellas de una historia.
Me gustaría compartir con ustedes algunos de mis hallazgos. No voy a contarles que en el catálogo de la editorial de la Universidad Nacional de Quilmes he descubierto este libro o aquel, este autor o este otro. Sin duda habría mucho para decir en esa línea, pero quiero referirme aquí a otro tipo de hallazgos, quizá más elementales.
1. Como le gustaría a Aristóteles, “Empezaremos, conforme a lo natural, primeramente por las cosas que son primeras”. Entonces comienzo por decir que este catálogo es una publicación en papel (hay una versión on line, pero me voy a referir solo a esta de papel) y que tiene 72 páginas. Si el catálogo se hubiera resuelto en 70 páginas o en 74, seguramente los lectores no habrían notado muchas diferencias, pero para la producción industrial, esa minúscula diferencia en menos o en más equivaldría a un desperdicio de papel y, por ende, de dinero. Este catálogo tiene 72 páginas no por azar, sino que tiene 72 páginas porque alguien, que sabe, decidió plantear el catálogo en un número de páginas que cerrara pliego. Me explico: no se llegó a las 72 páginas por el simple proceso de colocar las descripciones de los libros una tras otra, procedimiento que con tres libros más o tres libros menos habría dado por resultado un catálogo de 70 páginas o de 74. El proceso fue distinto: se decidió el número de páginas y luego se organizó el material para que quedara distribuido en las páginas disponibles. Me imagino los diálogos: ¿72 u 80? ¿Con este formato no será mejor 80? ¿Y cómo quedará con este papel? ¿No se doblará? Te van a decir que no se puede estibar. No importa: los repartiremos nosotros.
En un proceso editorial profesional, las decisiones acerca de la publicación como objeto físico se encuentran al comienzo del proceso, y no al final, ya que inciden en la selección y el tratamiento de los textos y las imágenes y, obviamente, en el presupuesto y los tiempos disponibles para el proceso de edición.
2. Segundo hallazgo. Reviso rápidamente la cubierta y las primeras páginas y encuentro que las referencias a la universidad son claras, muy claras y visibles, y, a la vez, están reducidas al mínimo. No hay aquí discursos de rectores ni listados de decanos, secretarios ni consejeros. A nadie le puede caber la menor duda de que se trata del catálogo de la Editorial de la Universidad Nacional de Quilmes. Pero a la vez a nadie le puede caber la menor duda de que se trata del catálogo de una editorial. En esto tampoco hay azar: se ha decidido que las referencias institucionales sean esas y no otras. Quizá se haya pensado en el lector, que seguramente no estará particularmente interesado en saber quién es la secretaria administrativa o el consejero superior por el claustro de graduados. Quizá haya pesado también el cálculo de páginas. O simplemente, y elegantemente, autoridades de la universidad y responsables de la editorial hayan decidido que lo central era proponer un catálogo y atraer a los lectores, más que cosechar algo de rédito político. Los lectores, agradecidos.
3. El tercer hallazgo tiene que ver justamente con los lectores, ya que este catálogo se dirige a ellos. Hay tres razones que a mi entender muestran estaorientación hacia el lector, básica en todo emprendimiento editorial. Por un lado, el catálogo presenta las colecciones y cada uno de sus títulos de manera clara y amable, y brinda información sobre el número de páginas, el isbn y el año de edición. Es decir, al seleccionar la información se tomó en cuenta lo que un lector espera de un catálogo, aquello que forma parte de los atributos básicos de una publicación de este tipo. Hay un segundo rasgo que también da cuenta de esta orientación hacia el lector: a diferencia de los catálogos de otras editoriales universitarias, en este no se encuentran anuncios como los siguientes:
“… la editorial tiene entre sus objetivos… posibilitar el acceso a los beneficios de una edición digna, económica y posible”, o
“por su sistema de impresión bajo demanda … la editorial … puede atender la edición de libros en tiradas cortas a bajo costo”
Estas dos afirmaciones son propias de organismos universitarios que ofrecen servicios de edición a los profesores de la casa y no de editoriales. Se dirigen no a los lectores, sino a los profesores en tanto posibles autores. Son los profesores los que pueden acceder a los beneficios de una edición digna y son, obviamente, los profesores los que deben pagar por esos beneficios.
La orientación hacia el lector, propia de la actividad editorial, se advierte, entonces, en la selección de la información y en la ausencia de anuncios que se dirijan a los docentes-autores como posibles clientes. Pero también está presente en decisiones que podrían resumirse en la siguiente: “aunque sea muy trabajoso, lo hacemos porque es útil para el lector”. El índice de títulos de las últimas páginas del catálogo es un ejemplo de este tipo de decisiones, claramente dirigidas a la satisfacción del lector. Es engorroso hacer un índice de este tipo, que requiere chequeos minuciosos porque el error está al acecho en todas las líneas. Lleva tiempo y energía, y es un trabajo que se padece físicamente. Y, por añadidura, el catálogo sin él tiene entidad y presencia. La falta de un índice como este solo se advierte cuando el lector quiere buscar un libro determinado. Eso quiere decir que los editores que pensaron este catálogo pensaron más allá de las puertas de la editorial, más allá de las puertas de la universidad y más allá de la primera mirada “qué-lindo-quedó-el-catálogo”. Imaginaron a los lectores usando el catálogo. Imaginaron una escena de lectura.
4. Cuarto hallazgo. Como parte de la información básica sobre cada uno de los libros se menciona el precio. De allí, varias conclusiones: a) la editorial de la Universidad Nacional de Quilmes está interesada en vender sus libros; b) la editorial de la Universidad Nacional de Quilmes está interesada en seguir editando libros; c) la editorial de la Universidad Nacional de Quilmes reedita su catálogo periódicamente. No son hechos menores. Voy por partes. Colocarle el precio a un libro supone valorizarlo y ponerlo en circulación. Hay editoriales universitarias que no ponen precio a los libros. ¿Porque no quieren lucrar con la cultura? ¿Porque quieren llegar a más lectores? No, simplemente porque no tienen lectores ni pretenden tenerlos.
Ahora bien, así como un libro sin precio es un libro condenado a permanecer en el depósito, una editorial que no pone precio a sus libros es una editorial en riesgo de extinción. ¿Por qué esa extinción a veces no llega a concretarse? Porque estas editoriales están adaptadas, para seguir con la metáfora biológica, a sobrevivir con la combinación de mínimas asignaciones presupuestarias y lo que pagan los autores por publicar. Subsisten porque han renunciado a ser editoriales para ser oficinas que brindan servicios editoriales a los profesores.
Quiero decir algo más respecto de los precios: este catálogo tiene seis precios corregidos a mano. Esto quiere decir que alguien revisó el catálogo una vez impreso, que alguien cotejó las cifras impresas con las de la lista de precios y, lo que es aún más interesante, que alguien se imaginó a un lector queriendo comprar los libros y procuró evitarle (y evitarse) los inconvenientes de la falta de coincidencia entre el precio real y el precio publicado.
Finalmente, y para cerrar este apartado: un catálogo con precios equivale a asumir la obsolescencia del catálogo en el corto o mediano plazo. Un catálogo con precios es un catálogo efímero. Anuncia que será reemplazado por un nuevo catálogo y este por otro más. Es una prueba de que la editorial está viva y quiere seguir estándolo.
5. Quinto hallazgo. Los libros están organizados en colecciones, en grupos de afinidad, en conversaciones. Las catorce colecciones, quince con la de arte (creo que conté bien) están vivas. Algunas en el límite de la vida, pero vivas al fin. Los directores de colección no suelen ser estar sobrerrepresentados en el conjunto de autores y solo hay dos colecciones, recientes, con un único título. En los últimos años se ha evitado la publicación por fuera de las colecciones, algo que había llegado a tener un peso significativo en el pasado y de lo que queda registro en las últimas páginas del catálogo.
Una de las tareas más difíciles para los responsables de una editorial universitaria es confeccionar planes editoriales realistas. Eso supone evitar caer en la tentación de abrir nuevas colecciones -que luego no van poder mantenerse vivas o que no van a diferenciarse sustancialmente de las ya existentes- y procurar que todas ellas vayan creciendo en forma más o menos pareja. Nada de esto se produce por casualidad, sino que es resultado de una tarea de planificación minuciosa, por un lado, y de búsqueda activa de nuevos títulos (cuando no el encargo liso y llano).
6. Comenté antes que no iba a hablar de títulos o de autores. Pero sí quiero decir que este catálogo es a todas luces diferente de esos catálogos donde la mayoría de los libros son compilaciones de papers y sus títulos comienzan con “Hacia una…” o “Repensando el” o consisten en juegos de palabras o en palabras con guiones, como “Haciendo y des-haciendo”, “Escribiendo y re-escribiendo” o en verbos sustantivados. En este catálogo descubrí -lo digo mezclando, a propósito, cosas de muy distinto tenor- traducciones, estudios críticos de textos clásicos, libros de más de 300 páginas de un solo autor, obras en varios tomos, manuales, reimpresiones y reediciones. Esto significa, en primer lugar, muchísimo trabajo. En segundo lugar, competencia profesional para encarar proyectos editoriales muy diferentes entre sí. Y por último, promoción del fondo editorial.
Comienzo por la referencia al trabajo. Los libros, bueno es recordarlo, no se hacen solos. Son el resultado de un sinnúmero de decisiones y de las consiguientes acciones para que esas decisiones se concreten. Enumero algunas de estas últimas para dar una ligera idea: recibir originales espontáneos, leerlos, darlos a leer, aceptarlos, criticarlos, rechazarlos, pedir ampliaciones, reducciones, correcciones, encargar textos, negociar con los autores, evaluar el título, chequear subtítulos, controlar la progresión de la información, pedir definiciones, transformar textos en tablas, transformar tablas en textos, escribir notas, quitar notas, pensar el prólogo y el prologuista, decidir cuestiones de estilo, aplicar normas de estilo, verificar que las normas de estilo se hayan cumplido, encargar ilustraciones, fotografías, mapas e infografías, chequear la escritura de palabras poco usuales, corregir, encargar el armado, cotejar las primeras pruebas de página con el original editado y corregido, corregir las pruebas de página, escribir índices, armar índices analíticos, escribir contratapas y gacetillas de prensa, unificar criterios bibliográficos, y un larguísimo etcétera.
Ahora bien, aunque los pasos troncales del proceso de edición son siempre los mismos, cada género editorial y cada obra tienen sus particularidades. Por ejemplo, no se trabaja del mismo modo un original cuyo autor está al alcance del mail o del teléfono que un texto de un autor muerto hace cien años; no se negocia de la misma manera con un autor al que se le ha aceptado su original que con uno al que se le ha encargado un original; las obras largas de autor único tienen puntos críticos que no son los mismos que los de las obras colectivas; los manuales exigen que el editor chequee los procedimientos propuestos. En un mayor nivel de detalle, una tipografía puede ser buena para el texto central y resultar fatal en las tablas, no hay tantos buenos traductores del alemán como del inglés, las itálicas no se usan exactamente de la misma manera en ficción que en no ficción… Y aquí también el etcétera es largo.
Por último, este mix de obras, que enriquece y hace atractivo el catálogo, incluye también la reimpresión o la reedición de algunos componentes. Porque se agotaron o porque se están por agotar. Porque el año que viene se cumplen los cincuenta años, porque tenemos un congreso o porque lo pidieron como bibliografía obligatoria. ¿Le avisaste al autor? ¿Otros mil no será demasiado? Lo compraron cuarenta universidades de Estados Unidos. Esos son cuarenta ejemplares, no más. Si hacemos menos nos va a salir muy caro. Si hacés de más ocupás depósito y financieramente no cierra. ¿Pediste cotización en Erresur? Tenemos la licitación vigente con Errenorte por todo el año. Nos pusieron un polipropileno mate fatal. Pero tienen unos precios mucho mejores que el resto. Bueno, nos estamos desviando del tema. Tiremos quinientos más y vemos. Hay que hacer prensa nuevamente. No vale la pena. No te creas. El año pasado… acordate.
7. Espero haberlos convencido de que para hacer libros y para que estos lleguen a sus lectores se necesita mucho trabajo y conocimientos editoriales específicos. Y que, además, se necesita acumulación de conocimiento editorial, y eso solo puede darse cuando hay políticas serias, planteadas a mediano y largo plazo. No hay magia que pueda hacer pasar del no ser al ser del libro. No hay evolución natural del original al libro en las manos de sus lectores. Por eso pienso que el catálogo que hoy tiene la editorial de la Universidad Nacional de Quilmes no puede ser fruto del azar, de la casualidad, de que nos salió bien como podría habernos salido mal. Un catálogo como este es algo absolutamente infrecuente en las editoriales universitarias de la Argentina. No es el único, pero es uno de los tres o quizá cuatro catálogos que son verdaderos catálogos editoriales.
Para tener un catálogo como este se necesitan dos cosas básicas: decisión política y competencia profesional, apasionada competencia profesional. Ambas son indispensables para encarar un proyecto editorial de calidad en la universidad pública. La Editorial de la Universidad Nacional de Quilmes nos muestra que esa combinación feliz no es imposible. Que se pudo. Que se puede. Que podemos. Y que vale la pena intentarlo. Quizá sea precisamente todo eso lo que estamos celebrando en este encuentro.
Patricia Piccolini
Es editora, con veinticinco años de experiencia en edición de libros, conformación de equipos editoriales y diseño de proyectos de edición en diferentes soportes. Trabajó como editora y formadora de editores en la Argentina, Uruguay, Paraguay y Perú, y ha dado cursos de edición en estos países, Guatemala y Costa Rica.
En el ámbito estatal, ocupó la gerencia de contenidos del portal educ.ar del Ministerio de Educación de la Nación y fue responsable de su lanzamiento. Al año siguiente, se desempeñó como coordinadora operativa del Plan Nacional de Lectura. Entre 2003 y 2006 organizó el proceso de profesionalización de Ediciones fadu, editorial de la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo de la Universidad de Buenos Aires.
Desde 1992 está a cargo de la cátedra de Edición en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y en la misma universidad integra el comité académico de la Maestría en Administración Cultural. Desde 2007 dicta el módulo “El proceso de edición” del Diploma en Edición organizado por el Instituto Universitario claeh, de Montevideo.
Para El mundo de la edición de libros, compilado por Leandro de Sagastizábal y Fernando Esteves Fros (Paidós, 2002) escribió el capítulo “La edición técnica”, donde se desarrollan las particularidades de la edición de géneros no ficcionales.
La construcción de un proyecto editorial en la universidad pública, Anna Mónica Aguilar
Como cierre de esta Mesa me propuse contarles una historia posible de la Editorial de la UNQ.
En realidad este encuentro, esta mesa, es un evento que veníamos pensando, fundamentalmente con Rafael, desde hacía mucho, pero no encontrábamos tiempo para organizarla -ahora que lo pienso seguramente debido a todo eso que Patricia contó tan bien que hacemos los editores-, pero a falta de tiempo encontramos una buena excusa que es el festejo de los 20 años de la UNQ, y me toca contarles cómo fue que en el transcurso de esos 20 años se fue construyendo esta Editorial de la UNQ.
El nacimiento tiene antecedentes formales, el primero en 1993, cuando se creó una Dirección de Publicaciones, dependiente de la Secretaría Académica, y otro en 1996 con una resolución que establecía la Dirección General de Publicaciones, dependiente de Rectorado. En 2003 se creó formalmente la Dirección General de Editorial, y durante este año, 2009, el Programa Editorial.
Hay otros antecedentes, que no son tan formales pero que son los que al menos para esta mesa interesan, que remiten a cómo fue que se empezó a pensar primero en editar, y luego en una Editorial, allá por el año 1992, apenas un par de años después de creada la Universidad Nacional de Quilmes: cómo empezaron las primeras ediciones, y luego cómo se fue perfilando lo que hoy conocemos como el sello Editorial de la Universidad Nacional de Quilmes.
Quiero primero, entonces, plantear algunas acciones que fueron algo así como “embragues”, es decir gestoras de una historia que no sería la misma si esas acciones no hubieran existido, y que permiten explicar en buena parte el presente, porque creo que en estos gestos iniciales anida algo importante para entender el desarrollo posterior.
Según relata Ernesto López, los primeros libros se publicaron en respuesta necesidades puntuales de la universidad, como las necesidades del curso de ingreso. El primer libro que publicó la Universidad fue una recopilación de textos para el área de español: Actualización lingüística. Introducción a métodos de análisis del discurso. Competencias, lingüística textual, teoría de la enunciación, de varios autores, coordinado por Florencia M. E. Bernhardt, 1994.
El impulso de los académicos recién integrados a la nueva casa de estudios universitarios fue muy importante para la creación de una estructura editorial, y en esto tuvo que ver también la Secretaría Académica de entonces. En 1994 se publica el primer número de la Revista de Ciencias Sociales y con pocos meses de diferencia aparece la revista Redes, revista de estudios sociales de la ciencia. Si revisamos el listado de quienes formaron parte de los consejos editoriales, o asesores, vamos a encontrar que muchos de ellos tenían ya cierta trayectoria en el mundo de las revistas y libros. Las revistas agruparon intereses académicos, intelectuales, y se conformaron en un fuerte basamento de la tarea editorial.
Acá aparece el primero de esos embragues a los que hice referencia. Para avanzar en estos proyectos, hubo una idea inicial de quienes en ese momento llevaban adelante la Universidad, que fue la idea de convocar a una editora, y estoy hablando puntualmente de María Inés Silberberg, una profesional de la edición que ya tenía una gran trayectoria y una fuerte formación en el ámbito editorial; lo que demuestra esta acción es que desde el inicio del proyecto, el editor tuvo un lugar central, que es lo mismo que decir que desde el principio, el lector fue quien ocupó un lugar fundamental en el proyecto.
En segundo lugar la decisión de diseñar colecciones, y organizar un catálogo, es decir la decisión de construir identidad editorial, y pensar esas colecciones en términos de líneas de interés, decidir que serían dirigidas por especialistas en esas disciplinas que debían buscar, encargar, recibir y evaluar los textos a publicar. Los primeros nombres fueron Carlos Altamirano, Ernesto López, y nuestro recordado Oscar Terán…
En tercer lugar, pensar en las colecciones fue, al mismo tiempo, pensar un público lector, y en ocasiones construir un público lector (lo que se llama crear demanda: una misión fundamental de la edición universitaria), es decir, diseñar productos editoriales.
En función de estas decisiones también hubo que empezar a diseñar desde el punto de vista gráfico y desde el punto de vista de la factura editorial esas colecciones: el diseño gráfico editorial ocupó -y sigue ocupando- un lugar central en formar y sostener la identidad de cada colección y de la editorial, investigar nuevos formatos y soportes y, muy importante, facilitar la lectura, ofrecer productos atractivos y poder competir lomo con lomo con miles de tapas en cientos de librerías.
En síntesis, se trataba de una visión que no todos los emprendimientos de este tipo tienen ni comparten, que es concebir una editorial universitaria como una empresa de cultura y al libro como producto integral y en su doble carácter: contenido y continente, bien cultural y mercancía.
Estos son los “rasgos fundacionales” de la Editorial de la UNQ, algo así como una huella digital, una muestra de ADN: una manera de trabajar, una forma de pensar una empresa cultural con un horizonte amplio, superador: salir de la universidad hacia la comunidad y convertirse en instrumento facilitador para la circulación del conocimiento en la sociedad.
Quiero señalar ahora algunas acciones que sirvieron para transitar una etapa de “consolidación”.
Aunque el camino no fue lineal, ese proyecto con esas bases sólidas había empezado a andar y a crecer. En 1994 se publicaron los números iniciales de dos revistas de carácter semestral, y habían salido los primeros títulos de aquellas primeras colecciones: Orden y virtud. El discurso republicano en el régimen rosista, de la colección La ideología argentina, dirigida por Oscar Terán; Otro territorio. Ensayo sobre el mundo contemporáneo, de Renato Ortiz, en la colección Intersecciones, dirigida por Carlos Altamirano, y Ni la ceniza ni la gloria. Actores, sistema político y cuestión militar en los años de Raúl Alfonsín, de Ernesto López, en la colección Política, economía y sociedad, que él mismo dirigía.
De esos primeros pasos es testigo el catálogo de 1998, en el que encontramos ya 31 títulos organizados en 5 colecciones, y a las 2 publicaciones periódicas que se editan se suma Prismas, revista de historia intelectual, iniciada en 1997.
Entre 1998 y 2003, se amplían las colecciones y se publica en coedición con otras universidades nacionales y con el diario Página/12 bajo la órbita de la Secretaría de Cultura, y se ensayan impresiones bajo demanda y otras acciones que no tuvieron continuidad. Así el catálogo editorial va creciendo y en 2003, ya hay 56 títulos, 8 colecciones, y 14 títulos fuera de colección, más las tres Publicaciones periódicas.
Y me detengo por un momento en el año 2003, y aun mejor, a fines del 2003, porque es una fecha clave en la Universidad Nacional de Quilmes: tras una fuerte crisis institucional es el momento en el que se instrumenta un proceso de cambio en varias de las políticas que se habían llevado adelante. No casualmente también se inicia un proceso de fuerte institucionalización de la Editorial con algunas decisiones centrales que servirían luego para la consolidación del sello: 1) se termina de constituir un equipo editorial profesional, 2) se asigna un presupuesto anual al área editorial, y 3) se formaliza el Consejo editorial, y el Comité editorial integrado por los directores de colección como órgano consultivo.
Nuevamente hay aquí datos que permiten entender por qué podemos estar hoy hablando de una empresa universitaria consolidada: hay un importante reconocimiento de parte de la institución de la especificidad de la Editorial de la UNQ, a esa altura -2003- un sello con identidad propia, un catálogo reconocido y un posicionamiento importante en el mercado editorial. Y señalo este reconocimiento porque cualquier proyecto de editorial universitaria es inviable si no cuenta con este gesto, que debe traducirse en autonomía y poder de decisión para llevar adelante una empresa cultural, que de eso hablamos.
La toma de decisiones editoriales por un lado, e institucionales por otro lado, no pertenecen a gestiones sino a un proyecto consensuado en el seno de la comunidad universitaria, y que debe ser respetado y consolidado por las distintas administraciones.
Retomo entonces el 2003 como un momento de inflexión porque no es casual que sea a partir de ese momento que se evalúa la necesidad de implementar estrategias de visibilidad de mayor alcance.
Desde la convicción de que el trabajo editorial solo tiene sentido si aquello que hacemos tiene un lector esperando o buscando, y que para ello se deben poner en marcha todos los resortes que lo hagan posible, había que pensar cuáles eran los que estaban al alcance de una editorial universitaria, contemplar costos, evaluar riesgos, conocer nuestros límites y definir objetivos. Las principales herramientas, y que son comunes a cualquier desarrollo editorial, incluye:
-una distribución comercial que se sostiene a lo largo del tiempo, y que permite estar presentes con nuestra producción en más de 300 librerías en todo el país.
-Un trabajo sistemático y especializado de prensa y difusión, que nos permite aparecer casi a diario en los medios de alcance regional y nacional, y en los suplementos culturales más importantes (lo que no es poco, porque esos medios reciben a diario un aluvión de novedades editoriales con las cuales competimos para ganar la atención del periodista, del redactor, del editor de la sección).
-La presencia en ferias, fundamentalmente en la Feria del Libro de Buenos Aires con un stand propio -y también en otras ferias regionales, nacionales, y en el último tiempo en algunas de las más importantes en América Latina.
-Las coediciones como herramientas de múltiples propósitos: trabajo conjunto con otros actores editoriales, menores costos, mayor visibilidad, y un mercado ampliado por distribución alternativa.
Estos medios, estas estratagemas que nos permiten ir formando un círculo virtuoso en el que mayor visibilidad es mayor difusión de temas, de autores, es más lectores, son mayores ventas y más derechos de autor, y es más presupuesto para reinvertir y seguir publicando, requieren de mucho trabajo profesional, de mucha planificación, y de algo muy difícil que es pensar en términos editoriales en el ámbito universitario: nuestra actividad tiene esa característica que produce tanta tensión, que es que desarrolla lo editorial en un ámbito no editorial, en un ámbito que está atravesado -y le pido prestada una vez más la idea a Patricia Piccolini- por otras lógicas que no son editoriales, por ejemplo la académica, la administrativa o la política.
En 2009, y en el haber, el fondo editorial contiene 200 títulos, 15 colecciones, una serie digital (elaborada con textos de alumnos coordinados por docentes), libros de arte, y tres publicaciones periódicas, además de múltiples proyectos en desarrollo; en el debe, algunos desarrollos pendientes como una página web dinámica que le permita a nuestra producción ganar mayor protagonismo en la red, una política de ventas institucionales sistemáticas y la firma de acuerdos para la distribución comercial en el exterior.
Porque de lo que se trata es de seguir abriendo puertas.
Para terminar, mi agradecimiento al equipo editorial -a Rafael, Andrea, Fernanda, Mariana, Hernán-, y a Marta Santos, que aunque ya no forma parte del equipo, es una presencia constante por todo el trabajo y el amor que dejó en la Editorial.
Mónica Aguilar
Es Editora, egresada de la UBA. Trabaja en la UNQ desde 1998. En 2003 se sumó al Equipo editorial, y en 2005 ocupó en forma interina la Dirección de Editorial, puesto que ganó por concurso en 2008. Actualmente es la coordinadora del Programa Editorial de la Universidad Nacional de Quilmes.